Stephen Robert Koekkoek fue un pintor de ascendencia neerlandesa nacido en Inglaterra que trabajó en el estilo posimpresionista. Formó parte de la familia Koekkoek de pintores
Su padre fue el pintor marítimo Hermanus Koekkoek el Joven, quien recientemente se había trasladado a Londres para establecer una galería de arte. A menudo viajaba con él a los Países Bajos, donde trabajaba con otros miembros de la familia, especialmente su tío Jan Koekkoek, quien influyó en gran medida en su estilo de pincel. También pasó un corto tiempo en Canadá.
En 1909, después de la muerte de su padre, se trasladó a Sudamérica y fue a Bolivia, donde intentó brevemente convertirse en empresario minero. Luego continuó hacia Valparaíso, donde enseñó inglés. Es en Valparaíso, frente al mar, que Stephen se deja de buscar permisos de minería y de malvivir enseñando su lengua, y empieza a pintar. Curiosamente, no lo hace con los paisajes que tiene delante, sino con lo que recuerda de su Londres. Los chilenos tienen vistas del Támesis y sus puentes bajo la bruma, pinturas casi monocromáticas que muestran un entendimiento natural y afilado del valor y el contraste, y un tránsito viejo con W. Turner.
Al año, Koekkoek está en Mendoza, Argentina, presentando una exposición de vistas andinas y holandesas, una mezcla de molinos y picachos que arrasa con los mendocinos. El color y el tratamiento ya son postimpresionistas, pero la carga de materia recién empieza a apilarse en las telas: falta un paso para que Stephen se termine de volcar a su casi compatriota, Vincent Van Gogh. Mientras llega, Koekkoek hace amigos y termina casado, a los 27 años, con la hermana del pintor Roberto Azzoni (1899–1989) con quien tuvo un hijo. Sin embargo, el matrimonio no duró mucho.
En 1916, Koekkoek se decide a bajar a Buenos Aires y mostrar lo suyo. Enseguida está exponiendo en Witcomb, en esos años sinónimo de prestigio, y posando para los catálogos con su triste cara afilada y guapa, de cuello Eton y cigarrillo en mano. Se empieza a ganar coleccionistas y admiradores, le castellanizan el nombre a Esteban Koek Koek, viaja constantemente a Chile, hace una gran exposición en Bahía Blanca –que, increíblemente, era un mercado para artistas– y otra en Montevideo, organizada por un abogado que pintaba en secreto llamado Pedro Figari.
Para 1919, después de alquilar un chalet en Banfield, Koekkoek se muda al centro a un atelier en la calle Florida. Hecho un dandy, llegaba a trabajar y se iba desnudando: el sombrero, el saco, el chaleco, los pantalones. En el salón quedaba un hombre en camisa, corbata y medias gruñendo a cada pincelada, dando saltitos como de gato entre los dos muebles del lugar, un atril de los pesados y un barril de jerez español subido a un fuerte caballete. El ritmo era maníaco y las pinturas más chicas tardaban quince minutos, con una hora como tope para una tela mayor.
Hacia 1925 descubre al joven Quinquela Martín –que era un lince para encontrar maestros– y pasa por facetas de homenaje a Van Gogh, a Goya y hasta a Sorolla, al que le admira la luminosidad y la maestría de pintar agua. Y también se empieza a volver loco.
En marzo de 1926, la policía detiene a un extranjero en pleno brote por los canteros de la plaza Lavalle. Koekkoek termina en el Hospital Borda –entonces llamado Hospicio de las Mercedes– a cargo de un psiquiatra simpático y de avanzada. Sus amigos le acercan telas y pinceles, con lo que Stephen de a poco abandona su convicción de ser Napoleón, deja de condecorar a los otros internos y se pone a trabajar. Sus médicos terminan coleccionando y el todavía internado envía obras a seis exposiciones en todo el país.
Lo que terminó de quebrar esta energía fue la crisis del 30, que secó la economía y el mercado del arte. Koekkoek, siempre vestido como un dandy, va bajando de hoteles, del Centro al Once y después a Constitución, pasando por alguna bohardilla porteña amueblada con cajones y un catre. Cada vez más aislado de la realidad o más indiferente, comienza a viajar por el interior y a Chile, con un pasaje que le regalan los Menéndez Behety.
Falleció en 1934, a la edad de cuarenta y siete años, en una habitación de hotel, a causa de una sobredosis de alcohol y drogas. No está claro si esto fue accidental o un caso de suicidio. Su amigo, el Presidente chileno Arturo Alessandri Palma, se encargó de su sepelio. En 2004, se realizó una importante retrospectiva de su obra en Córdoba.