
Rogier van der Weyden nació en Tournai hacia 1399 o 1400, en una época en que la ciudad prosperaba como uno de los centros artesanales más activos de los Países Bajos borgoñones. Su nombre de pila, Rogier de la Pasture, revela sus orígenes francófonos: su familia pertenecía a la pequeña burguesía urbana, vinculada al comercio y a los oficios, sin rastro de nobleza ni fortuna destacada. No se conocen detalles sobre su infancia, pero los registros muestran que creció en un ambiente en el que el aprendizaje de un oficio era el camino natural hacia la estabilidad. Nada sugiere que se lo destinara desde temprano a la pintura, aunque Tournai, con sus talleres activos y su vida gremial, ofrecía un terreno propicio para quien mostrara habilidad en el dibujo y la observación.
Hacia 1426, cuando contaba alrededor de veintiséis años, aparece inscrito en el taller de Robert Campin, el maestro más reputado de Tournai, conocido en los documentos como “le Maître de Flémalle”. Ese ingreso, relativamente tardío para un aprendiz, sugiere que Rogier había tenido una formación previa o que su talento ya era evidente. Permaneció en el taller durante al menos cuatro años, hasta obtener en 1432 la condición de maestro independiente en el gremio de pintores de la ciudad. Campin le transmitió la minuciosa técnica de la pintura al óleo, el rigor del dibujo preparatorio y la atención a los objetos cotidianos; pero el joven Rogier asimiló esas enseñanzas con un sentido narrativo más contenido y una inclinación hacia lo espiritual que, poco a poco, definirían su identidad artística.
En ese mismo año de 1432, la fama de Jan van Eyck se extendía por Flandes gracias al políptico del Cordero Místico en Gante. No hay prueba de un encuentro entre ambos, pero es casi seguro que Rogier conoció la obra, quizá en uno de sus viajes a esa ciudad. Lo cierto es que, al poco tiempo, se trasladó a Bruselas. Allí adoptó la forma flamenca de su nombre, “Rogier van der Weyden”, y entró en contacto con la corte ducal de Felipe el Bueno, centro de una vida política y ceremonial de una riqueza sin precedentes. El traslado marcó el inicio de su madurez y de su reconocimiento público.

Hacia 1435 ya era pintor oficial de la ciudad de Bruselas. Este cargo, más honorífico que lucrativo, le otorgaba prestigio y acceso a encargos de instituciones religiosas y civiles. En esos años contrajo matrimonio con Elisabeth Goffaert, hija de una familia acomodada de Bruselas, con quien tuvo al menos cuatro hijos. Uno de ellos, Pieter, seguiría la carrera paterna. Las pocas noticias familiares que se conservan lo muestran como un hombre arraigado, propietario de una casa en el barrio de Coudenberg y miembro respetado de la comunidad urbana. Su esposa administraba parte de sus bienes y aparece mencionada en transacciones y actos notariales, señal de un matrimonio estable y de una vida doméstica ordenada.
Durante la década de 1430, la reputación de Van der Weyden creció con rapidez. Los archivos registran encargos de alta jerarquía, entre ellos retablos para gremios y cofradías. Su taller, instalado en Bruselas, atrajo aprendices y ayudantes de diversas regiones. La organización era rigurosa: él concebía los diseños generales y supervisaba la ejecución, reservándose las partes principales. Aunque la producción del taller fue considerable, su nombre se mantuvo asociado a las obras más solemnes y devocionales. Su vida, sin embargo, transcurrió discretamente. Ninguna anécdota sobre su carácter o hábitos ha llegado hasta nosotros, pero los documentos revelan un hombre integrado en la estructura cívica, que desempeñó ocasionalmente funciones públicas y que supo combinar el trabajo con una existencia familiar estable.
En torno a 1445 su posición estaba plenamente consolidada. El título de “pintor de la ciudad” le garantizaba una relación directa con el gobierno municipal y, de forma indirecta, con la corte ducal. Se lo menciona en registros vinculados a encargos ceremoniales, retratos y decoraciones efímeras para celebraciones borgoñonas. En ese entorno de esplendor político, Rogier se convirtió en el principal intérprete visual de la devoción oficial, aunque su vida personal se mantuvo sobria. No hay testimonios de ostentación ni de vínculos cortesanos más allá de los necesarios para su oficio.
En 1449 emprendió un viaje a Italia del que existen varias referencias coincidentes. Pasó por Ferrara, donde fue recibido por Leonello d’Este, y probablemente visitó Roma, Siena y Florencia. El itinerario no se conoce con precisión, pero su nombre figura en listas de visitantes ilustres y en menciones de cronistas italianos que lo celebran como maestro de Flandes. A su regreso, hacia 1450, su prestigio alcanzó un punto culminante: las cortes del norte lo consideraban ya el heredero espiritual de Jan van Eyck y el artista más admirado del ducado. El viaje, además de ampliar su horizonte, consolidó su reputación internacional. Desde entonces, obras suyas o de su taller circularon en Castilla, Francia e Italia, aunque él mismo nunca volvió a salir de los Países Bajos.
Los años siguientes fueron de intensa actividad. Rogier mantenía un taller amplio y bien organizado, en el que trabajaban oficiales especializados en retrato, fondos arquitectónicos y dorados. Su hijo Pieter, todavía joven, comenzó a colaborar en la producción, aunque nunca alcanzaría la eminencia del padre. Los encargos procedían tanto de instituciones religiosas como de particulares devotos, y el pintor debía atender simultáneamente a los compromisos oficiales con la ciudad. Se lo describe en documentos de pago y registros testamentarios, pero siempre con la sobriedad propia de los hombres que trabajaban bajo el amparo de las corporaciones.

En su vida privada, Van der Weyden parece haber mantenido una religiosidad profunda y sin afectación. Participaba en obras piadosas y en donaciones, y se sabe que en sus últimos años ingresó en una cofradía dedicada a la asistencia de enfermos. El tono general de su correspondencia, escasa pero preservada en parte por copias, sugiere una personalidad reflexiva, reservada y disciplinada. Las menciones de contemporáneos lo presentan como hombre de conducta intachable, apreciado por su prudencia y su modestia, cualidades muy valoradas en el medio borgoñón.
La prosperidad de Bruselas bajo el gobierno de Felipe el Bueno coincidió con la madurez de Rogier. Los talleres locales experimentaban una demanda sostenida de retablos, retratos y decoraciones. En esa atmósfera, el maestro pudo asegurar la continuidad de su familia y la estabilidad económica de su casa. Compró propiedades, realizó préstamos y dejó a su muerte una herencia ordenada. Sin embargo, no existen indicios de ambición desmedida ni de pretensión nobiliaria. Su nombre aparece entre los ciudadanos notables, no entre los cortesanos.
En 1450, tras su regreso de Italia, su fama llegó a los círculos intelectuales de la época. Humanistas y diplomáticos lo mencionan en sus cartas como modelo de virtuosismo nórdico. Aunque él mismo nunca escribió sobre arte, su práctica disciplinada y su precisión formal lo convirtieron en referente para las generaciones siguientes. No hay constancia de discípulos directos fuera del ámbito de su taller, pero su influencia se extendió por la región y alcanzó ciudades como Lovaina, Brujas y Amberes. Mientras tanto, su vida continuó sin sobresaltos: los documentos fiscales y de propiedad confirman su residencia constante en Bruselas.
Hacia 1455 su salud comenzó a debilitarse, aunque siguió activo. Se conservan registros de pagos por encargos aún en curso y de colaboraciones con su taller. Aun así, parece haber reducido su participación directa, confiando más en sus ayudantes. Su correspondencia con instituciones religiosas de la ciudad revela una preocupación creciente por la caridad y la salvación personal, tono habitual en los testamentos de la época. La documentación muestra que se ocupó de regular la distribución de sus bienes y de asegurar la posición de su esposa e hijos.
En 1460 la familia atravesó un breve periodo de duelo por la muerte de uno de sus hijos, cuyo nombre no ha llegado con certeza. Ese episodio, apenas mencionado en registros eclesiásticos, habría afectado profundamente al pintor, que intensificó su participación en obras de beneficencia. Poco después, en 1461, se le encomendó un trabajo de carácter público que no llegó a concluir, quizás por su deterioro físico. Su nombre figura aún en documentos de pago de ese año, lo que indica que se mantuvo activo hasta muy poco antes de morir.
Rogier van der Weyden falleció en Bruselas en junio de 1464, probablemente en su casa, rodeado de su familia. Fue sepultado en la iglesia de Sainte-Gudule, donde su esposa mandó colocar una lápida conmemorativa. El registro funerario, conservado en copia posterior, lo describe como “pictor celeberrimus”, reconocimiento que refleja el respeto que su figura inspiraba ya en vida. Tras su muerte, el taller continuó brevemente bajo la dirección de su hijo Pieter, pero sin la fuerza ni la cohesión del maestro. Su esposa sobrevivió algunos años, administrando los bienes hasta su propia muerte.