Cuando Carlomagno (742-814), rey de los francos desde el 768 y el gobernante principal de Europa central, se levantó después de rezar en la basílica de San Pedro en Roma el día de Navidad del año 800, el papa León III (murió en el 816) lo coronó y lo declaró emperador de lo que se había dado en llamar Sacro Imperio Romano. Todo el centro de Europa se unificó bajo Carlomagno en un imperio que no fue romano ni particularmente sacro, aunque intentó recuperar la grandeza y la unidad del Imperio Romano en una federación germánica y cristiana.
Aunque según algunos informes era analfabeto y sólo sabía escribir su nombre para firmar, Carlomagno fomentó un renacimiento del saber y de las artes. En la Inglaterra del siglo VIII había habido mucha actividad intelectual y Carlomagno contrató al erudito inglés Alcuino de York (ca. 732-804) para que se instalara en su palacio de Aquisgrán y fundara una escuela. Dejando aparte la tradición celta de creación de motivos, el diseño y la iluminación de libros estaban de capa caída en la mayor parte de Europa. Las ilustraciones se dibujaban y se componían mal y la escritura se había vuelto localizada y rebelde en manos de escribas mal preparados. Muchos manuscritos resultaban difíciles, si no imposibles de leer. Carlomagno impuso una reforma por mandato real en el 789. En la corte de Aquisgrán se congregó una turba scriptorium («multitud de escribas», como los llamaba Alcuino) para preparar copias matrices de los textos religiosos importantes. A continuación se enviaron los libros y los escribas por toda Europa para difundir las reformas.
e trató de estandarizar el diseño de la página, el estilo de escritura y la ornamentación. Se logró reformar el alfabeto. Se eligió como modelo la escritura ordinaria de finales de la antigüedad, combinada con las innovaciones celtas, com o el uso de cuatro directrices, astas ascendentes y descendentes, y se siguió el modelo de una letra uniforme ordenada, llamada «minúscula carolingia». La minúscula carolingia es la precursora del alfabeto actual de caja baja. Este conjunto claro de formas de letras era práctico y fácil de escribir. Los caracteres estaban separados, en lugar de unidos, y se reducía la cantidad de ligaduras. Buena parte de la escritura se había convertido en garabatos arrastrados, de modo que el alfabeto nuevo recuperó la legibilidad. La minúscula carolingia se convirtió en el estándar europeo durante un tiempo, pero, a medida que fueron pasando las décadas, en muchas zonas la escritura fue adquiriendo características regionales. Las mayúsculas romanas se estudiaron y se adoptaron para encabezamientos e iniciales de gran belleza; no eran caligráficas, sino que se trazaban con sumo cuidado y se elaboraban con más de un trazo. No se había desarrollado del todo un alfabeto doble, en el sentido en que actualmente utilizamos las mayúsculas y las minúsculas, aunque había comenzado el proceso en esa dirección. Además de las reformas gráficas, la corte de Aquisgrán revisó la estructura de las oraciones y los párrafos, así como también la puntuación. El renacimiento carolingio de la erudición y el aprendizaje interrumpió la grave pérdida de conocimientos y escritos que venía sufriendo la humanidad desde comienzos de la época medieval.
Cuando los primeros manuscritos de finales del período antiguo y la cultura bizantina se importaron para su estudio, los iluminadores se quedaron impresionados al ver el naturalismo y la impresión de profundidad de las ilustraciones. El estilo bidimensional de pronto pareció pasado de moda en comparación con aquel estilo «de ventanal», en el que el espacio retrocedía en la página desde un marco decorativo y la ropa parecía envolver las formas de unas figuras humanas vivas. Como carecían de la habilidad o de los conocimientos elementales de los artistas antiguos, los iluminadores carolingios comenzaron a copiar aquellas imágenes a veces con resultados irregulares. La herencia clásica revivió a medida que algunos iluminadores llegaron a dominar el dibujo preciso y las técnicas ilusionistas. Las imágenes figurativas y el ornamento, que en la iluminación medieval previa se habían mezclado, se separaron en dos elementos de diseño diferentes
En un libro manuscrito como el Evangelio de la Coronación, diseñado y producido en la corte de Carlomagno a finales del siglo VIII, aparece una elegancia clásica, aunque todavía algo primitiva. Las dos páginas opuestas se unifican gracias a sus márgenes, que son exactamente iguales. Las iniciales imitan las mayúsculas monumentales romanas y el texto parece basarse mucho en la escritura insular de Irlanda. Las mayúsculas rústicas se utilizan para los materiales complementarios, como las listas de capítulos, las palabras introductorias y los prólogos. No se sabe si este libro fue diseñado, escrito e iluminado por escribas traídos de Italia, Grecia o Constantinopla, pero sus creadores conocían los métodos de escritura y pintura de la cultura clásica. Cuenta la leyenda que en el año 1000 el emperador Otto III (980-1002) del Sacro Imperio Romano viajó a Aquisgrán, abrió la tumba de Carlomagno y lo encontró sentado en un trono con el Evangelio de la Coronación en su regazo.
El expresionismo pictórico español
En la península ibérica, aislada del resto de Europa por montañas, los scriptoria no experimentaron el impacto inicial del renacimiento carolingio. En el 711, un ejército árabe a las órdenes del gobernador de Tánger cruzó el estrecho de Gibraltar y aniquiló al ejército español.
Unos cuantos motivos de diseño islámicos se infiltraron en los manuscritos cristianos españoles. Se empleaban formas planas de colores intensos, que a veces se salpicaban de estrellas, flores, polígonos o guirnaldas, en colores contrastantes y ópticamente activos. Los dibujos planos y esquemáticos tenían contornos prominentes. El color agresivo y bidimensional producía una intensidad frontal que hacia desaparecer cualquier insinuación de atmósfera o ilusión. Hay una tradición pagana de animales similares al tótem que pasó del norte de África islámico a Persia y de allí a la antigua Mesopotamia y aquellas criaturas espantosas alzaron sus cabezas aterradoras en la iluminación española. La mayoría de las ilustraciones estaban rodeadas por un marco decorativo, con motivos intrincados que evocaban los diseños geométricos de colores intensos que se aplicaban a la arquitectura árabe en azulejería y en adornos moldeados y tallados.
Había una gran fascinación por los diseños geométricos intrincados y el color intenso y puro. En el laberinto conmemorativo de la "Moralia, sive Expositio in Job" (Comentario sobre Job) del papa Gregorio, del año 945, el escriba Florencio diseñó una página laberinto que contiene las palabras Florentius indignum memorare, que piden modestamente al lector que «recuerde al indigno Florencio», cuya humildad queda oculta bajo el deslumbrante tratamiento gráfico y el lugar que ocupa delante del monograma de Cristo. La disposición laberíntica de los mensajes conmemorativos data de las antiguas Grecia y Roma y era bastante popular en los manuscritos medievales.
Para los fieles medievales, la vida no era más que un preludio a la salvación eterna, si el individuo era capaz de triunfar en la encarnizada batalla entre el bien y el mal que se libraba en la tierra. Todavía, a veces, se asignaban explicaciones sobrenaturales a los fenómenos naturales que no se comprendían y eclipses, terremotos, pestes y hambrunas se consideraban graves advertencias y castigos. La gente creía que aguardaba a la tierra una destrucción terrible, como predecía el Apocalipsis en la Biblia. Al margen de la enseñanza oficial de la Iglesia, se sugería una fecha verosímil — «cuando hayan transcurrido mil años»— para el Juicio Final. Muchos consideraron el año 1000 como el probable fin del mundo, y la preocupación fue en aumento a medida que se acercaba la fecha. De las numerosas interpretaciones del Apocalipsis, una de las más leídas fueron los Comentarios de Beato al Apocalipsis de San San. El monje Beato (730-798) de la localidad de Liébana, en el norte de España, escribió esta interpretación angustiosa en el 776. Los artistas gráficos dieron forma visual al aterrador fin del mundo en numerosas copias escritas e ilustradas por toda España. La máxima monástica Pictura est laicorum literatura (la pintura es la literatura del profano) demuestra la motivación para que las ilustraciones transmitieran información a los analfabetos, algo que, combinando la profecía cristiana con las influencias del diseño árabe, consiguieron de forma admirable. El Apocalipsis cuenta con una buena dosis de imágenes ricas y expresivas, y las ilustraciones asumían una importancia que competía con la del texto. Con frecuencia aparecían ilustraciones a toda página.
Más de sesenta pasajes diferentes están ilustrados en los veintitrés ejemplares que se conservan. Las descripciones, austeras y simbólicas, pusieron a prueba la mente del artista, a medida que se visualizaba la interpretación que hacía Beato de esta profecía.
En la magistral copia de Fernando I y doña Sancha del 1047, el escriba e iluminador Facundo trazó figuras esquemáticas que interpretaban la tragedia definitiva en un espacio caliente y sin aire, creado mediante franjas horizontales planas de color puro. El color espeso es brillante y claro. Amarillo de cromo, azul cobalto, ocre rojo y verde intenso se arrojan juntos en contrastes discordantes. Los cuatro jinetes del Apocalipsis, que tradicionalmente son la Guerra, el Hambre, la Peste y la Muerte, recorren el mundo a caballo, dando rienda suelta a su terror.
Dice en Apocalipsis 8, 12: «Tocó el cuarto ángel... Entonces fue herida la tercera parte del sol, la tercera parte de la luna y la tercera parte de las estrellas: quedó en sombra la tercera parte de ellos; el día perdió una tercera parte de su claridad y lo mismo la noche». El sol y la luna aparecen un tercio blancos y dos tercios rojos, para demostrar que se había desprendido una tercera parte de cada uno de ellos. Un águila siniestra vuela por el espacio chillando: «¡Ay, ay, ay de los habitantes de la tierra!» Como símbolo icónico, este ángel dista mucho del ángel puro de la esperanza de la imaginería cristiana posterior. Inspirándose en las palabras del Apocalipsis, «Yo soy el alfa y la omega, el principio y el fin», Facundo diseñó la primera página del Beato de Fernando I y doña Sancha como una inmensa A iluminada (el alfa es la primera letra del alfabeto griego) y la última, como una gran O iluminada (la omega es la última letra).
Durante la primera parte del siglo xi, el poder fluctuó en España entre los árabes y los cristianos. Mejoraron las comunicaciones con otros países europeos y el diseño gráfico español se acercó a la corriente dominante en el continente, que evolucionó a partir del estilo carolingio. Las gráficas expresionistas llenaron Biblias y comentarios y cabe destacar que los Comentarios de Beato dieron origen a otros enfoques gráficos.