La luminosidad vibrante de las láminas de oro, que reflejaban la luz desde las páginas de ios libros manuscritos, producía la impresión de que la página estaba iluminada, literalmente; este efecto deslumbrante dio origen al término «manuscrito iluminado», que actualmente se utiliza para todos los libros manuscritos ilustrados y pintados producidos desde el final del Imperio Romano hasta que los libros impresos sustituyeron a los manuscritos, con el desarrollo de la tipografía en Europa, alrededor de 1450. Las dos grandes tradiciones de iluminación de manuscritos son la oriental, en los países islámicos, y la occidental, en Europa, que data de la antigüedad clásica. Los escritos sagrados tenían mucho sentido para los cristianos, los judíos y los musulmanes. El uso de adornos visuales para aumentar la palabra llegó a ser muy importante y los manuscritos iluminados se producían con muchísimo cuidado y un diseño muy delicado.
La producción de manuscritos era costosa y requería mucho tiempo. Se tardaban horas en preparar el pergamino o la vitela y un libro grande podía necesitar la piel de trescientas ovejas. La tinta negra para las letras se preparaba con pigmento negro de hollín fino. Se combinaban goma y agua con sanguina o tiza roja para obtener una tinta roja para los encabezamientos y las marcas de los párrafos. Había una fórmula para fabricar tinta castaña a partir de la «agalla de hierro», una mezcla de sulfato de hierro y manzanas de roble, que son las agallas del roble provocadas por larvas de avispas. Los colores se creaban a partir de una variedad de sustancias minerales, animales y vegetales. Se hacía un azul vibrante e intenso a partir del lapislázuli, un mineral precioso que sólo se extrae en Afganistán y que llegó hasta monasterios tan distantes como los de Irlanda. El oro (y con menos frecuencia, la plata) se aplicaba de dos maneras: a veces se molía hasta obtener un polvo y se mezclaba para hacer pintura dorada, pero esto producía una superficie ligeramente granulada, de modo que el método de aplicación preferido consistía en golpear el oro con un martillo hasta obtener una lámina de oro, que se aplicaba sobre un fondo adhesivo. A menudo se aplicaban a las láminas de oro distintas técnicas, como el bruñido para modificar su textura, la perforación, y la estampación con herramientas para trabajar el metal. Los libros se encuadernaban entre tableros de madera que por lo general se forraban con piel. Se aplicaban diseños decorativos labrando la piel, y los manuscritos litúrgicos tenían, a menudo, piedras preciosas, filigranas de oro y plata, diseños esmaltados o tallas de marfil en las tapas.
Durante los primeros tiempos de la era cristiana, casi todos los libros se creaban en el scriptorium, o sala de escritura de los monasterios. Al frente del scriptorium estaba el scrittori, un especialista muy culto que sabía griego y latín y trabajaba al mismo tiempo como editor y como director artístico y en general se encargaba de todo el diseño y la producción de los manuscritos. El copista era el que escribía las letras y se pasaba los días agachado sobre el escritorio escribiendo página tras página en un estilo de escritura disciplinado. El illuminator, o ilustrador, era un artista que se ocupaba de ejecutar los adornos y las imágenes que apoyaban visualmente el texto. La palabra era lo más importante y el scrittori controlaba el scriptorium; él diseñaba las páginas para indicar dónde había que añadir ilustraciones después de que se escribiera el texto. A veces lo hacía mediante un boceto ligero, pero a menudo se añadía una nota al margen para indicar al ilustrador lo que tenia que dibujar en aquel espacio.
El colofón de un manuscrito o un libro es una inscripción que se suele poner al final y que contiene intormación acerca de su producción. Se suelen identificar el escriba, el diseñador o, más adelante, el impresor. En varios colofones se dice que el trabajo del copisti es difícil y agotador. En el colofón de un manuscrito iluminado, un escriba llamado George declaraba «Del mismo modo que el marino ansía un puerto seguro al final de su viaje, el escritor ansía llegar a la última palabra». Otro escriba, el prior Petris, describía la escritura como una experiencia terrible, que «nos debilita la vista, hace que nos duela la espalda y se nos suelde el pecho con el estómago». A continuación, se recomendaba al lector que volviera las páginas con cuidado y que alejara el dedo del texto.
Además de preservar la literatura clásica, los escribas que trabajaban en monasterios medievales inventaron la notación musical Leo Treitler lo describe en su libro With Voice and Pen Coming to Know the Medieval Song and How It Was Made (Oxford, 2003) En el siglo IX ya se empezaban a usar poco a poco signos de puntuación para indicar las pausas y los cambios de tono para el canto, hasta llegar al pentagrama. Como indicaba acertadamente Lance Hidy, junto con la minúscula carolingia y la adaptación de los números arábigos, la notación musical es una de las aportaciones más importantes del diseño gráfico medieval
La ilustración y la ornamentación no eran meramente decorativas. Los superiores monásticos tenían en cuenta el valor educativo de las imágenes, y la capacidad del adorno para crear un trasfondo místico y espiritual. La mayoría de los manuscritos iluminados eran bastante pequeños y cabían en una alforja. Esta portabilidad permitió la transmisión de conocimientos e ideas de una región a otra y de una época a otra. La producción de manuscritos durante el milenio medieval creó un vasto vocabulario de formas gráficas, diseño de páginas, estilos de ilustración y escritura y técnicas. Debido al aislamiento regional y la dificultad para viajar, las innovaciones se difundía con mucha lentitud, con lo cual surgieron estilos de diseño regionales identificables. Algunas de las escuelas de producción de manuscritos más características se pueden clasificar como importantes innovaciones en el diseño gráfico.