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Tipografía: Orígenes de la tipografía (I).

La historia de la tipografía es importante sobre todo por dos razones. La primera es el disfrute: hay un inacabable acervo de realizacipnes de artistas y de diseñadores del pasado esperando ser descubierto en libros, bibliotecas, museos y colecciones de toda índole diseminadas por el mundo. La segunda razón es la calidad. En música, en vinos, en dibujo o en tipografía términos como «bueno», «muy bueno» o «soberbio» no significan nada hasta que quien los utiliza no posee cierta experiencia de lo mejor que existe; por ejemplo, hasta que no ha escuchado a (digamos) Beethoven, paladeado un Mouton Rothschild, contemplado a Durero o admirado una impresión de Jenson, Whittingham o Bruce Rogers


El destino quizá me deparó esta flor
Que hoy contemplo arrobado
Pero río lo sabré si no aspiro el olor
De la carmínea rosa de Cartago


La comparación es la base de la valoración y el examen de las obras del pasado resulta esencial a la hora de establecer unos criterios personales. Representa además la inspiración que todo diseñador necesita absorber, asimilar y transmitir en sus creaciones propias. Los diseñadores tienen más tiempo para estudiar y asimilar otros materiales cuando son jóvenes y están aprendiendo que cuando han comenzado a trabajar; de los hallazgos de estos primeros años se nutrirán durante el resto de sus vidas.

Orígenes:
La historia de la tipografía comienza con la invención de la escritura. El tipógrafo debe comprender lo que el alfabeto es y cómo difiere de otros sistemas de escritura (el chino o el japonés, por ejemplo). Aunque los orígenes de nuestro alfabeto son todavía confusos, se acepta hoy generalmente que fue inventado en algún rincón del Mediterráneo oriental, hace menos de dos mil años antes de Cristo. David Diringer señala que todos los alfabetos que se usan actualmente en el mundo derivan de éste y que «su inventor o inventores deben incluirse entre los grandes benefactores de la humanidad... sólo los semitas sirio-palestinos dieron al mundo un genio que creó una escritura alfabética de la que descienden todos los alfabetos presentes y pasados». Tan pronto como apareció la escritura, el hombre intentó hacerla hermosa. La tradición de los manuscritos iluminados, decorados e ilustrados tiene una enorme relevancia para los tipógrafos; eri la actualidad existen incontables publicaciones sobre el tema. Aunque las reproducciones de manuscritos antiguos suelen tener mejor aspecto que los originales y ciertamente resultan más accesibles que ellos, las exposiciones internacionales de manuscritos o grabados raros.

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El modo de fabricar el papel, descubierto en China, se transmitió poco a poco de Oriente a Occidente a través de los árabes y el Norte de África; el primer molino de papel europeo, construido en España, data del año 1150 de nuestra era. La impresión con bloques de madera, que floreció en China, había alcanzado la categoría de arte en el siglo X d. de C. El «Sutra del Diamante» del Museo Británico (Imagen 1), que data del 868 y que había sido considerado durante mucho tiempo el primer libro impreso, ha sido desplazado por un pergamino arrollado descubierto en Corea del Sur en 1966 (El Gran Dharanisutra de Luz Inmaculada y Pura) que se cree un siglo anterior al mencionado Sutra (Imagen 2). De época posterior es la descripción de un sistema para imprimir con caracteres móviles confeccionados en arcilla cocida y sujetos por una forma de hierro, invención que el testimonio contemporáneo atribuye a Pi Sheng en China, entre 1041 y 1048. Los coreanos fundían caracteres metálicos e imprimían libros con ellos antes de 1400. Pero como ni en China, ni en Japón, ni en Corea se usaban alfabetos, la invención de los tipos móviles no significó nada importante en estos países. En palabras de T. F. Cárter, «La escritura de las lenguas del Lejano Oriente emplea unos 40.000 símbolos distintos por lo que, hasta la llegada de los recientes sistemas industriales de impresión, los tipos móviles resultaban escasamente prácticos o económicos.

Imagen 1


El descubrimiento de la impresión con bloques de madera fue por consiguiente la invención de la impresión en China. Difícilmente puede encontrarse en el arte europeo algo parangonable a la perfecta interrelación que, en las páginas de los libros japoneses o chinos, muestran la caligrafía xilográfica y el color impreso. ¿Se filtró hasta Europa el sistema chino de impresión con bloques de madera en forma de cosas tales como barajas, papel moneda, estampas o libros (o incluso su descripción) antes de que empezara a practicarse esta clase de impresión en ella? Se desconoce. No sabemos cuándo se inicia en Europa la composición con bloques de madera, pero probablemente empezó empleándose en la estampación textil desde el siglo VI por lo menos en adelante. Sí se sabe que las barajas impresas eran populares en la Francia de finales del siglo XIV; se mencionan, por ejemplo, en un decreto hecho público en París el año 1397 que prohibía a los obreros los juegos de cartas (también de pelota, bolos y dados) en días laborables; la producción de barajas impresas «debe haber sido una industria floreciente a finales del siglo XIV y comienzos del XV, sobre todo en.Ulm». La impresión de textos y estampas en Europa con bloques de madera no condujo, sin embargo, a la invención de los tipos móviles, basada esencialmente en los conocimientos sobre los metales: corresponde de hecho a un orfebre de Maguncia llamado Johannes Gutenberg (1398-1468), que invirtió en ella diez o más años y grandes sumas de dinero.



Los primeros libros impresos en Occidente:

A principios del siglo XV los libros eran enteramente manuscritos, aunque solían caligrafiarse sobre pergamino o vitela (piel de ternera especialmente tratada), pero el uso de papel —hecho con trapos de lino— se extendía cada vez más. Se comerciaba ya con libros, cuya manufactura estaba organizada en líneas de producción masiva, en «scriptoria», donde cierto número de monjes escribientes caligrafiaban al mismo tiempo un texto leído en voz alta. Aunque ya se celebraban ferias dedicadas al libro,éste se hallaba muy lejos aún de ser algo tan incardinado en la vida cotidiana como lo es hoy. Como los ricos podían costearse su compra; entre las personas sencillas los conocimientos seguían transmitiéndose de boca en boca, y aunque muchas memorias conservaban cierto bagaje musical y literario, eran muy pocos los que sabían leer. Pero la instrucción se extendía, se fundaban universidades y era imperativo dar con un método de producir libros más eficiente que caligrafiar a mano todas y cada una de sus letras. Al ser Gutenberg orfebre de oficio, sabía cómo fundir objetos metálicos —monedas, por ejemplo—, cómo punzonar y cómo estampar letras o imágenes en metal. Su idea era adaptar estas técnicas para copiar el texto de los libros o, dicho de otro modo; mecanizar su producción. Ignoramos cómo o cuándo concibió la noción de fundir caracteres metálicos individuales combinables en palabras que, una vez impresas, se deshicieran para reorganizar los caracteres en otras distintas que se imprimían a su vez, pero lo cierto es que logró llevarla a la práctica y con ello revolucionó el mundo.

Imagen 3: Copista trabajando en la copia de un libro. De una xilografía C. 1526


Cuando puso manos a la obra no debió tardar mucho en darse cuenta de que disponía ya de vitela y papel, de tintas, de prensas de madera usadas (para prensar lino y uvas, por ejemplo) y de que tenía como modelos para copiar libros manuscritos con esa caligrafía de gran belleza y regularidad que los impresores denominan hoy gótica negra, a menudo «iluminados» —iniciales de fantasía, ilustraciones dentro y fuera de texto, miniados en color y pan de oro— para embellecerlos y adornarlos. Se ha sugerido que Gutenberg pretendía imprimir estos ornamentos y que dio con el modo de lograrlo, pero se desconocen los detalles: es una de las lagunas más intrigantes de la historia. Gutenberg sabía, en cualquier caso, que el éxito de su sistema dependía de que la impresión fuera completamente indistinguible de las esmeradas páginas manuscritas que caligrafiaban los copistas. Para lograrlo, hubo de fundir distintas versiones de muchos caracteres así como ligaduras entre diferentes combinaciones de letras, a fin de imitar todas las variantes del manuscrito escogido para reproducir. Fundió una familia tipográfica que sobrepasaba los 300 tipos, mientras que si sumamos la caja alta y la caja baja de una redonda moderna obtendremos poco más de 50 caracteres.

Imagen 4: Algunas de las aproximadamente 300 letras y ligaduras alternativas de la familia tipográfica que Gutenberg necesitaba para simular las páginas manuscritas, y una de las columnas de la primera impresión de la Biblia.


Gutenberg conocía la técnica de fundir monedas y medallas: pra fundir caracteres empezaba tallando en relieve cada uno de ellos en un bloque de acero, con lo que obtenía los punzones correspondientes a cada letra y signo. Estampaba luego estos punzones sobre bloques de metal más blando convirtiéndolos en matrices que había de transformar a su vez en moldes para no tener que hacer un molde individual para cada letra de diferente grueso (los gruesos van del de la «i» al de la «M» y la «W») ideó un molde de grosor ajustable, precisamente lo único que no existía ya en una forma u otra. Fue el meollo de su invento. Necesitaba también un metal que fundiera con facilidad, que fluyera uniformemente dentro de la matriz, que al enfriarse se dilatara un poco proporcionando un modelo absolutamente exacto de la letra y cuya dureza hiciera posible presionarlo repetidamente contra el papel o la vitela para imprimirlo sin sufrir un desgaste excesivamente rápido. Se sirvió de una aleación —en la que se basan todos los tipos metálicos fundidos desde entonces— compuesta de plomo, antimonio (que incrementa la dureza y refuerza los filetes) y estaño (que impide la oxidación y facilita la fusión del plomo). Las fundidoras de las monotipias modernas trabajan añadiendo al plomo entre un 15 y un 24 por ciento de antimonio y de un 6 a un 12 por ciento de estaño. En lo tocante a la impresión, Gutenberg descubrió que la mejor tinta era una mezcla de aceite de linaza y de pigmentos usados por los pintores de óleos; merece la pena señalar que su calidad, en cuanto a densidad del negro y a indelebilidad, no ha sido mejorada jamás. Se ignora cuántos experimentos, cuántas pequeñas impresiones realizó Gutenberg antes de coronar su primera gran obra, la Biblia de 42 líneas. En esta época, como el papel era caro y no se desechaba sin más, los pliegos estropeados se cedían al encuadernador, que los utilizaba para reforzar ciertos trabajos o como material de guardas: buena parte de nuestros conocimientos sobre los primeros días de la imprenta se han extraído precisamente de estos pliegos reciclados que aparecen cuando se desarma un libro por motivos de restauración.

La Biblia de 42 líneas es el primer libro impreso en el mundo occidental que ha llegado hasta nosotro: su realización fue una tarea gigantesca y tan onerosa que probablemente motivó la ruina de Gutenberg. Consta de 1286 páginas (el formato de página en los ejemplares de mayor tamaño es 290 x 409 mm)repartidas en dos volúmenes. Se ha calculado que los ejemplares realmente impresos por Gutenberg serían entre 180 y 200, de los que probablemente unos 30 lo fueran sobre vitela. De los 48 ejemplares conocidos (36 sobre papel, 12 sobre vitela) sólo 21 están completos. Para cada ejemplar impreso sobre vitela se precisaron 170 pieles de ternera, lo que significa que para los 30 ejemplares sobre vitela hubieron de sacrificarse 5.100 terneras. La creciente demanda de vitela por parte de los impresos germanos durante la segunda mitad del siglo XVI debió hacer que la ternera mantuviera una presencia regular en la dieta nacional; lo más extraordinario, sin embargo, es que esa demanda cada vez mayor parece hacer sido satisfecha sin dificultad.

Gutenberg compuso su Biblia con unos caracteres cuyo diseño pretendía simular la caligrafía que la Iglesia de los Alpes para arriba usaba en Biblias y misales. Era una letra de la familia que los impresores británicos denominan «gótica negra», aunque no tiene nada que ver con los godos. Su denominación técnica es «gótica de forma». Dice A. F. Johnson: «Es una letra vertical y angular caracterizada por una casi total ausencia de curvas. Podría decirse que es una letra dibujada más que escrita». Se había desarrollado, de igual modo que nuestra «redonda», partiendo de la escritura carolingia perfeccionada por el inglés Alcuino en la Abadía de Tours durante el reinado de Carlomagno (768-814). Hace el caso mencionar que los tipos romanos quizá deban su nombre «al hecho de que la primera letra romana usada en Francia —1470, imprenta de la Sorbona— era copia de la familia que Schweynheym y Pannartz utilizaban en Roma desde 1467». La gótica de forma es una letra de poco ojo, apretada, lo que podría estar motivado en parte por la necesidad de que las líneas tuvieran el mayor número posible de letras y de economizar vitela y papel. Es visualmente afín a la puntiaguda arquitectura de la Europa septentrional. Precisa además Johnson su deficiente legibilidad, dado que «los caracteres no están suficientemente diferenciados unos de otros: la n, por ejemplo, es meramente dos íes ligadas y la m tres, con lo que combinaciones como imn resultan confusas. Pero la legibilidad no ocupaba el primer puesto entre los fines del copista medieval. Esta formal caligrafía le permitía producir páginas sumamente densas, de elevada proporción negro-blanco cuyo aspecto recuerda la textura de un tejido». Lo que se pierde en legibilidad se gana en belleza.

Pero aunque la letra gótica —en sus diversas variedades— sería el tipo más usado en Alemania hasta mediados del siglo XX por lo menos, los estudiosos humanistas de la Italia del siglo XV preferían los caracteres redondos; los impresores que protagonizaron la expansión de la imprenta que, desde Renania, alcanzó todos los rincones de Europa, fundían familias copiadas de la escritura que sus clientes preferían. En las obras de los impresores que, habiendo cruzado los Alpes, se instalaban cada vez más al Sur, puede constatarse la substitución de la gótica negra por la redonda.



Recopilación del libro "Manual de Tipografía ", de Ruari McLean.