Los cómics se sirven de dos importantes instrumentos de comunicación: la palabra y la imagen. Bien es cierto que esta separación es arbitraria. Sin embargo es válida, dado que en el mundo moderno de la comunicación se las trata como disciplinas independientes. En realidad son derivados de un mismo origen y es en el manejo diestro de palabras e imágenes donde yace el potencial expresivo de este medio.
Esta mezcla especial de dos formas distintas no es nueva. Se ha venido experimentado con esta yuxtaposición desde tiempos remotos. La inclusión de inscripciones en los retratos de cuadros medievales, plasmadas por los protagonistas de los mismos, fue abandonada a partir del siglo XVI. De ahí en adelante, los artistas que quisieron transmitir información al margen de la decoración y la pintura de retratos se limitaron a la expresión facial, posturas y fondos simbólicos. El uso de inscripciones resurgió en grandes pliegos y publicaciones populares en el siglo XVIII. Ahora bien, los artistas que trabajaban en historias dibujadas, trataban de crear una estructura, un lenguaje coherente que les sirviera de vehículo para expresar una complejidad de pensamientos, sonidos, acciones e ideas en una disposición secuenciada y distribuida en viñetas. De esta manera se acrecentaba la capacidad de la mera imagen. En ese proceso surgió la moderna narrativa dibujada que hemos dado en llamar cómics (y que los franceses llaman bande dessinéé).
La imagen como comunicador
La comprensión de la imagen requiere una experiencia común. El historietista necesita conocer la experiencia vital del lector. Se ha de establecer una experiencia recíproca, pues el dibujante evoca imágenes que están almacenadas en las cabezas de ambos. El éxito o fracaso de este método de comunicación depende de la facilidad con la que el lector reconozca el significado y el impacto emocional de la imagen. En este caso, tanto la habilidad para presentar las imágenes y la universalidad de la forma elegida son decisivas.
El estilo y el uso de la técnica adecuada se convierten en parte de la imagen, por tanto también, en lo que esta quiere decir.
Letras como imágenes
Las palabras están hechas de letras. Las letras son símbolos derivados de imágenes que se originaron a raíz de formas familiares, medida que su uso se volvió más sofisticado, objetos, posturas, y otros fenómenos reconocibles. Así, a medida que su uso se hizo más sofisticado, se fueron haciendo cada vez más esquemáticas y abstractas.
Durante el desarrollo de los ideogramas chino y japonés, tuvo lugar una fusión entra la mera imagen visual y el símbolo derivado. Al final, la imagen visual perdió su relevancia y la ejecución del mero símbolo acaparó el interés del estilo y la invención. El arte de la caligrafía nació de esa sencilla representación de símbolos y acabó por convertirse en una técnica que, en su individualidad, evocaba belleza y ritmo. De esta manera, la caligrafía vino a añadir otra dimensión al uso de los ideogramas. Hay un cierto parecido con la historieta moderna, si tenemos en cuenta el efecto que tiene el estilo del historietista sobre el producto en general.
En la caligrafía china, el estilo de la pincelada se limita a la belleza en su ejecución. No es diferente al estilo de una bailarina que ejecuta la misma coreografía que su predecesora, pero es un estilo único en su género y expresión de una dimensión más importante. En el arte del cómic, la suma del estilo y la sutil aplicación de la composición, énfasis y trazo se combinan para lograr belleza y transmitir un mensaje.
Las letras de un alfabeto, cuando son escritas con un estilo singular, contribuyen a darle sentido. Algo parecido sucede con la palabra hablada, que resulta alterada con el tono y los cambios de modulación.
Vamos a mostrar un ejemplo, en cuanto al dibujo se refiere, de la evolución de un antiguo rasgo escrito hasta el moderno grafismo del cómic. El antiguo jeroglífico egipcio para describir la ¡dea de adoración era el símbolo que figura aquí debajo, que los chinos representaron de modo similar.
En los cómics de hoy día, el ideograma de la adoración será comunicado con estilos caligráficos diversos. Por medio de la iluminación o "atmósfera", podemos modificiar su calidad emocional. Por último, acompañado de palabras, llega a ser un mensaje concreto y comprensible para el lector.
Es aquí donde el potencial expresivo del historietista debe dar de sí todo lo posible. Al fin y al cabo, ahí reside el arte de contar historias dibujadas. La codificación se convierte, en manos del artista, en un alfabeto del que se sirve para tejer un tapiz de interacción emocional.
Mediante el uso habilidoso de esta estructura aparentemente amorfa y la comprensión de la expresión anatómica, el historietista puede empezar a acometer su historia, que presentará unos sentimientos más profundos y tratará sobre las complejas experiencias humanas.