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Historia del arte: Arte occidental. Siglos VI al XI. (II)

La ilustración de abajo pertenece a un Libro de los evangelios que fue ilustrado (o iluminado) en Alemania, alrededor del año 1000. Representa el incidente relatado en el evangelio de Juan (13, 8-9), cuando Cristo lavó los pies a sus discípulos tras la última cena:


Cristo lavando los pies a los apóstoles, h. 1000. Del Libro de los evangelios, de Otto III; Biblioteca Nacional Bávara, Munich.

Le dice Pedro: «No me lavarás los pies jamás.» Jesús le respondió: «Si no te lavo, no tienes parte conmigo.» Le dice Simón Pedro: «Señor, no sólo los pies, sino hasta las manos y la cabeza.»


Esta conversación era lo único que le importaba al artista. Representar la habitación en donde la escena tenía lugar era irrelevante para él; incluso podría ser que ella desviara la atención del significado interno del acontecimiento. En cambio, situó las figuras principales contra un fondo dorado, luminoso y plano, sobre el que los gestos de los protagonistas resaltan como una inscripción solemne: la actitud implorante de san Pedro, el gesto calmado con que el Cristo imparte su enseñanza. A la derecha un discípulo se saca las sandalias, otro acerca un recipiente, los demás se apiñan detrás de san Pedro. Todas las miradas se dirigen al centro de la escena con rigidez, dándo nos así la sensación de que allí está sucediendo algo de infinita importancia. ¿Qué más da si la redondez de la jofaina no es regular o que el pintor tuviera que dislocar la pierna de san Pedro y adelantar un poco la rodilla para que su pie apareciese claramente en el agua? Lo que le interesaba expresar era el mensaje de la humildad divina, y esto fue lo que transmitió.

Resulta interesante detenernos por un instante para mirar hacia atrás, en el tiempo, otra escena que también representa un lavado de pies: el vaso griego pintado en el siglo V a.C. Fue en Grecia donde se descubrió el arte de mostrar «los movimientos del alma», y aunque el artista medieval interpretó su propósito de modo muy distinto, sin la herencia griega la Iglesia nunca habría podido hacer uso de las pinturas para sus propios fines.

Recordemos las palabras del papa Gregorio el Grande: «La pintura puede ser para los iletrados lo m ism o que la escritura para los que saben leer». Esta búsqueda de claridad aparece no sólo en las ilustraciones pintadas, sino también en esculturas como las del panel de una puerta de bronce que fue encargada para la iglesia alemana de Hildesheim poco después de 1000. Presenta al Dios acercándose a Adán y Eva después del pecado original. No hay nada en este relieve que no pertenezca estrictam ente al relato bíblico; pero esta concentración de los objetos tratados hace que las figuras se destaquen con la mayor nitidez sobre la lisura del fondo, y casi leemos lo que dicen sus actitudes: Dios señala a Adán, Adán a Eva, y Eva a la serpiente que está en el suelo. La traslación de la culpa y el origen del pecado están expresados con tanta claridad y tan intensamente que deinmediato olvidamos que las proporciones de las figuras tal vez no sean muy correctas, ni los cuerpos de Adán y Eva bellos según nuestra concepción.


Adán y Eva después de la caída, h. 1015 De las puertas de bronce de la catedral de Hildesheim.

No hay que suponer, sin embargo, que todo el arte de este período existiera exclusivamente para servir a ideas religiosas. No sólo se construyeron iglesias en el medievo, sino tam bién castillos, y los barones y señores feudales a quienes pertenecían los castillos tam bién con trataban a artistas de vez en cuando. El motivo por el que somos propensos a olvidar estas obras cuando hablamos del arte del alto medievo es simple: los rastillos eran destruidos a menudo, mientras que las iglesias eran conservadas. El arte religioso era tratado, en su conjunto, con mayor respeto, y cuidado con más esmero que las simples decoraciones de las estancias privadas. Cuando éstas quedaban anticuadas, eran retiradas y destruidas, al igual que sucede hoy día. Pero, afortunadamente, un gran ejemplo de este últim o tipo de arte ha llegado hasta nosotros, porque se conservó en una iglesia. Es el famoso Tapiz de Bayeux, ilustrado con la historia de la conquista normanda. Ignoramos cuándo se ejecutó exactamente este tapiz, pero muchos especialistas están de acuerdo en que fue mientras estuvo vivo el recuerdo de las escenas que en él se reproducen, acaso alrededor de 1080. El tapiz es una crónica gráfica del tipo de las que ya conocemos del arte romano y del antiguo Oriente (la Columna de Trajano, por ejemplo), esto es, la narración de una campaña y una victoria, la cual fue plasmada con maravillosa vivacidad. En la primera ilustración de abajo podemos ver, según nos dice la inscripción, cómo prestó Harold su juramento a Guillermo, y en la ilustración de abajo cómo regresa a Inglaterra. El modo de contar la historia no podía ser más claro: vemos a Guillermo sentado en su trono contemplando cómo pone Harold su mano sobre las reliquias santas para prestar juramento de fidelidad, juramento del cual se sirvió Guillermo como pretexto para sus aspiraciones sobre Inglaterra. Mis preferencias particulares son para la figura de hombre que se halla en el balcón de la escena siguiente, el cual coloca su mano sobre los ojos para otear la llegada del barco de Harold. Ciertamente, sus brazos y sus dedos parecen un tanto extraños, y todas las figuras de la escena como insólitos y pequeños muñecos, que no están dibujados con la seguridad de los asirios y romanos. Cuando el artista medieval de esa época carecía de modelo que copiar, dibujaba en cierto modo como un niño, pero hacer lo que él hacía no resulta fácil en absoluto. Refiere la narración épica con una economía de medios y con tal concentración en lo que a él le parecía importante, que el resultado final resulta más impactante que los reportajes actuales en prensa o televisión.


Tapiz de Bayeux, h. 1080.El rey Harold prestando juramento al duque Guillermo de Normandia y, luego, regresando a Inglaterra; friso, 50 cm de altura; Museo de Tapices, Bayeux.


Recopilación del libro "Historia del arte" de E.H. Gombrich.