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Estética: La postura aristotélica

Nuestro conocimiento de la teoría estética de Aristóteles deriva principalmente de la pequeña colección de notas de clase llegada a nosotros como su Poética, compuesta probablemente hacia 347-342 a.C., y con añadidos posteriores. El texto aparece alterado, y la argumentación es condensada y difícil. Ninguna obra, en toda la historia de la estética, ha suscitado tan engorrosos problemas de interpretación; pero ninguna otra, a su vez, ha ejercido tanta influencia en la teoría y la práctica de la crítica literaria.



El arte de la poesía

La primera tarea de Aristóteles consiste en definir el arte de la poesía (poietike), que constituye el tema de la obra. Aristóteles establece una distinción entre tres clases de «pensamiento»: conocimiento (theoria), acción (praxis) y realización (poiesis); pero en la Poética emplea «poiesis» en un sentido más estricto. Un tipo de realización es la imitación, que Aristóteles parece tomar sencillamente como representación de objetos o acontecimientos. El arte imitativo se divide en: 1) el arte de imitar apariencias visuales por medio del color y el dibujo, y 2) el arte de la poesía, imitación de la acción humana (praxis) a través del verso, la canción y la danza. Así, el arte de la poesía se distingue del de la pintura por su medio (palabras, melodía, ritmo), y de la historia de la filosofía versificada (el poema de Empédocles) en virtud del objeto que imita. Dos de las especies del arte poético son de mayor interés para Aristóteles: el drama (sea trágico o cómico) y la poesía épica, que se diferencia de la comedia por la gravedad de las acciones imitadas.
Algo de suma importancia en el tratado de Aristóteles es su método de investigación, porque intenta presentar una teoría sistemática acerca de un género literario concreto. Aristóteles se pregunta: ¿Cuál es la naturaleza del arte trágico? Y esto le lleva a reflexionar no sólo sobre sus causas material, formal y eficiente (muchas de, sus observaciones al respecto poseen validez permanente para la teoría literaria), sino también sobre su causa final o fin (telos). ¿Qué es una buena tragedia, y qué la hace buena; cuáles son «las causas de la perfección artística y de su contrario»?. Esta función de la tragedia, piensa Aristóteles, ha de tener por objeto ofrecer cierto tipo de experiencia agradable — el «placer propio» (oikeia hedone) de la tragedia y, si puede determinarse la naturaleza de este placer, entonces será posible justificar los criterios en virtud de los cuales podemos decir que una tragedia es mejor que otra.



El placer de la imitación

Aristóteles sugiere brevemente dos motivos que originan la tragedia. El primero, que la imitación es en ella natural; y el reconocimiento de la imitación es causa natural de placer para el hombre, dado que éste halla agradable el aprender, y el reconocimiento, por ejemplo, de la representación de un perro, es una forma de aprendizaje. Puesto que la tragedia es imitación de un tipo especial de objeto, a saber, los hechos que provocan miedo o compasión, su placer propio «es el placer derivado de la piedad y el miedo a través de la imitación». El problema que evidentemente se plantea, es cómo podemos sacar placer de emociones sentidas que resultan penosas. La respuesta más acertada de Aristóteles es que, si bien el objeto imitado puede ser en sí mismo de aspecto desagradable, el placer de contemplar la imitación puede superar al desagrado, como en la contemplación de dibujos bien logrados de cadáveres40. Aquí ofrece Aristóteles una respuesta parcial a una de las razones de Platón en pro del escepticismo sobre el arte; Aristóteles considera el placer estético básico como algo cognoscitivo, del mismo género que el placer del filósofo (aunque, sin duda, de un nivel inferior).



El placer de la belleza

La tragedia, al decir de Aristóteles, deriva también de nuestra natural disposición para «la melodía y el ritmo». No desarrolla este punto, y posiblemente postula una especie de impulso decorativo. Pero, si cabe invocar aquí el Fílebo de Platón, el placer que sentimos con la melodía y el ritmo puede referirse al que nos produce la belleza en general. «Una cosa bella (kalliste), o un ser vivo, o cualquier estructura compuesta de partes, ha de tener no sólo una disposición ordenada de esas partes, sino también un tamaño que no es casual». Así, una tragedia — o su argumento— puede ser «bella», es decir, artísticamente perfecta. Y el «placer propio» de la épica, por ejemplo, depende de su unidad, de que sea «como un ser vivo completo» (zoon), con un comienzo, una mitad y un fin. Esta analogía evoca al Fedro de Platón, porque la perfección del objeto sentido o contemplado produce el más alto grado de placer propio del órgano que siente o del entendimiento que contempla.



Lo universal

Si la función de la poesía trágica consiste en procurar ciertas clases de placer, podemos indagar ahora los caracteres que ha de reunir una obra concreta para suscitar o inhibir tal goce. La concentración y coherencia de éste depende, en buena medida, del argumento y de la sensación de inevitabilidad en su desarrollo. Éste será evidentemente más logrado cuando los personajes actúen de acuerdo con su peculiar naturaleza, cuando reproduzcan el «tipo de cosas que diría o haría determinada persona de acuerdo con cierta probabilidad o necesidad, que es a lo que tiende la composición poética».
Este tipo de conducta, es decir, la conducta que responde a leyes psicológicas, la denomina Aristóteles «universal», contraponiéndolo a los sucesos de una crónica histórica, que considera como elementos causalmente inconexos de incidencias particulares («lo que Alcibíades hizo o lo que le hicieron»). Este famoso pasaje ha inspirado muchas teorías posteriores acerca del arte, que imita los universales o esencias, pero cuyo secreto (para Aristóteles) radica en que el poeta ha de hacer plausible su argumento vinculándolo a verdades psicológicas generales. Este importante punto añade otro nivel a la defensa que hace Aristóteles (contra Platón) del status cognoscitivo de la poesía, porque el poeta debe al menos comprender la naturaleza humana, so pena de no poder elaborar un buen argumento.



La catarsis

En la definición aristotélica de tragedia hay una frase que ha dado pie a innumerables interpretaciones: di eleou kai phobou perainousa ten ton toiouton pathematon katharsin (A través de la piedad y el miedo se realiza la purgación propia de esas emociones). Se ha interpretado que Aristóteles tiene otra teoría, no sobre el placer inmediato de la tragedia, sino sobre sus más hondos efectos psicológicos. Esta frase es la única base que proporciona la Poética para semejante interpretación; pero en la Política Aristóteles propone claramente una teoría catártica de la música, afirmando incluso que se ocupará más ampliamente de la catarsis «cuando más adelante hablemos de la poesía», una advertencia que posiblemente se refiera a las partes presuntamente perdidas de la Poética. Si la tragedia produce una catarsis de las emociones, quedan aún otros problemas para dilucidar lo que piensa Aristóteles: por ejemplo, si piensa en sentido médico (una purificación de las emociones, su eliminación a través de cierto mecanismo mental), o en sentido religioso y de limpieza (una purificación de las emociones, su transformación en una forma menos perjudicial). Ambos sentidos tienen precedentes. Y está asimismo la cuestión de si Aristóteles creyó en una catarsis de la piedad y el miedo solamente o, a través de ellos, de todas las emociones destructoras.
En cualquier caso, con esta interpretación Aristóteles intentaría responder a la segunda objeción de Platón a la poesía, diciendo que la poesía ayuda a los hombres a ser racionales. La interpretación tradicional ha sido puesta recientemente en tela de juicio por el profesor Gerald F. Else, quien arguye que la catarsis no es un efecto sobre el auditorio o los lectores, sino algo consumado en la misma representación, una purificación del héroe, una liberación de la «mancha sangrienta» de su crimen a través del reconocimiento del mismo, de su horror a él, y del hallazgo de que se debió a un «grave error» (hamartia) por su parte. Esta interpretación no parece convenir a algunas de las tragedias. Si es correcta, Aristóteles no tiene ninguna teoría terapéutica de la tragedia, pero puede estar replicando a Platón que no hay que tener miedo a los efectos inmorales de la tragedia, puesto que, al menos las mejores, habrán de mostrar algún tipo de progreso moral, si aspiran a ser estructuralmente capaces de mover trágicamente al espectador.


Recopilación del libro "Estética, historia y fundamentos", de Monroe C. Beardsley, y John Hospers.