c) Belleza
Por este camino, Platón aborda una cuestión de suma importancia para él como metafísico: ¿Deben las artes contener o ser vehículos de conocimiento? Antes de abordar esta cuestión hay que considerar otra. Si el arquitecto, como realizador de apariencias, cambia la realidad para hacerla más agradable a la vista, ¿por qué lo hace? Busca aquellas imágenes que han de parecer bellas. Esto constituye otro hecho básico en torno a las artes. Según Platón, las artes pueden encarnar o materializar en diversos grados la cualidad de la belleza. La belleza de las cosas concretas puede cambiar o desaparecer, puede ser patente a unos y no a otros; pero, más allá de esas temporales encarnaciones, hay una eterna y absoluta forma de belleza. Su existencia puede demostrarse dialécticamente, como la de las otras formas; pero, según Platón, su conocimiento directo hay que intentarlo a través de las bellezas parciales y más débiles patentes a los sentidos, resultando en todo caso de más fácil acceso que las otras formas. Donde mejor aparece descrito el camino que conduce a la belleza es en el Banquete: El hombre poseído por el amor (eros) de la belleza, ha de ir de la belleza corporal a la belleza intelectual, a la belleza de las instituciones, de las leyes e incluso de las ciencias y, finalmente, a la belleza en sí misma. Es de advertir que Diotima de Mantineia, que presenta esta descripción, no atribuye a las artes ningún papel en tal proceso; este paso lo dieron los sucesores de Platón. También es importante preguntarse acerca de lo que es la belleza o, si esto no puede determinarse abstractamente, qué condiciones se requieren para que la belleza se encarne en un objeto. La argumentación hecha en el Hipias Mayor establece diversas posibilidades, especialmente la de que la belleza, o bien es lo que resulta beneficioso o agradable a través de los sentidos del oído y la vista, o bien depende de esto. No obstante, en el Filebo encontramos un análisis cuidadoso que lleva a la conclusión de que las cosas bellas tienen muy en cuenta la debida proporción entre las partes, mediante un cálculo matemático. «Las cualidades de medida (metron) y proporción (symmetron) invariablemente... constituyen belleza y excelencia». Y, puesto que es o depende de la medida, se le asigna a la belleza un elevado puesto en la lista final de los bienes.
d) Arte y conocimiento
El conocimiento (episteme), en cuanto distinto de la mera opinión (doxa), es una captación de las formas eternas; cosa que Platón niega claramente a las artes, en cuanto imitaciones de imitaciones. Y así, el poeta aparece colocado en el sexto nivel de conocimiento en el Fedro; y de Ión se afirma que interpreta a Homero no con «arte o conocimiento», sino de manera irracional, por ignorar lo que dice o el por qué pudo estar en lo cierto o equivocado. Por otra parte, una obra de arte encarnadora de belleza, guarda cierta relación directa con una forma. Y si el artista inspirado por las Musas es como un adivino en su desconocimiento de lo que está haciendo, puede tener una especie de intuición de que va más allá del conocimiento ordinario. Su locura (manta) puede deberse a la posesión por una. divinidad que le inspira lo verdadero. Más aún, puesto que las artes pueden ofrecernos auténticas semejanzas, no sólo de apariencias, sino de realidades, e imitan incluso el carácter o personalidad moral del alma humana, es posible, y hasta obligatorio, juzgarlas por su verdad o su semejanza con lo real. El juez competente, especialmente en la danza y el canto, debe poseer, «primero, un conocimiento de la naturaleza del original; después, un conocimiento de la exactitud de la copia; y en tercer lugar, un conocimiento de la perfección con que la copia es ejecutada.
e) Arte y moralidad
La habilidad suprema, para Platón, es el arte del legislador
y el educador, que deben decir la última palabra
acerca de las artes, porque están llamados a garantizar
que ellas desempeñen el papel que les corresponde en
el engranaje de todo el orden social. El primer problema
consiste en descubrir qué efectos producen las artes en
los hombres, y este problema tiene dos aspectos. En primer
lugar, está la delectabilidad del arte. Por un lado,
precisamente en cuanto dotada de belleza, los placeres
que el arte ofrece son puros, sin adulteración, inocuos,
a diferencia del placer de rascar una zona que nos pica,
pues va precedido y seguido de incomodidad. Mas, por
otro lado, la poesía dramática implica la representación
de personajes carentes de dignidad, que se comportan
de forma indeseable (ahuecando la voz o gimiendo) e
inducen al auditorio a la risa o el llanto inmoderados.
De ahí que sus placeres hayan de ser condenados, a causa
de sus perniciosos efectos sobre el carácter. En segundo
lugar, si consideramos esta tendencia de las artes
a influir sobre el carácter y la conducta, advertimos nuevamente
dos aspectos. En la República y en las Leyes,
Platón deja muy en claro su convicción de que la imitación
literaria de la mala conducta es una invitación
implícita a imitar dicha conducta en la propia vida.
Por ello, las leyendas de los dioses y los héroes que se
conducen inmoralmente, han de excluirse de la educación
de los jóvenes guardianes de la República, mientras que
los relatos donde los dioses y los héroes se comportan como
debieran, sí que necesitan ser encontrados o escritos. También la música compuesta en modos enervantes
debe reemplazarse por otra más adecuada.
Pero esto no significa que las artes no hayan de desempeñar papel alguno en la vida cultural y en la éducación
de los ciudadanos. De hecho, el miedo a su influencia,
que subyace en la severa censura y normativa de
Platón, va acompañado de un respeto igualmente grande.
La medida, tan estrechamente vinculaba a la belleza, se
halla también, después de todo, estrechamente vinculada
a la bondad y a la virtud29. La música, la poesía y la
danza son, en el mejor de los casos, medios indispensables
para la educación del carácter, susceptibles de hacer
a los hombres mejores y más virtuosos 30. El problema,
tal como lo ve Platón en su papel de legislador, consiste
en garantizar la responsabilidad social del artista creador,
insistiendo en que su propio bien, igual que el de cada
ciudadano, ha de subordinarse y ordenarse al bien de la
colectividad