La Poética de Aristóteles no parece haber sido accesible a sus sucesores. Sus ideas ejercieron alguna influencia a través de las obras (en buena parte perdidas) de su discípulo predilecto Teofrasto; de hecho, el Tractatus Coislinianus (Griego, probablemente del siglo primero a. C.) muestra cierto conocimiento de la obra de Aristóteles, dado que su definición de comedia se asemeja considerablemente a la definición aristotélica de la tragedia. Durante el último período clásico florecieron competitivamente el estoicismo, el epicureismo, el escepticismo y el neoplatonismo, y cada una de estas escuelas ideológicas aportó alguna contribución a la historia de la estética.
Estoicismo
Los estoicos se interesaron sobre todo por la poesía y los problemas de la semántica y la lógica. Zenón, Cleantes y Crisipo escribieron tratados en torno a la poesía, que se han perdido. Por Filodemo tenemos conocimiento de una obra del estoico Diógenes de Babilonia sobre la música, y el De Officiis de Cicerón nos da noticia de una obra sobre la belleza debida a Panecio. Ambos parecen haber sostenido que la belleza depende de la disposición de las partes (Convenientia partium, con palabras de Cicerón). El deleite de la belleza se hallaba vinculado a la virtud, que se manifiesta en una vida ordenada, vivida con decoro (to prepon). Y así, estimaban que de la poesía de buena ley puede obtenerse, no sólo un placer irracional (hedone), sino incluso una elevación racional del alma (chara), de acuerdo con el objetivo estoico de la tranquilidad. Los estoicos enfatizaron las ventajas morales de la poesía como su principal justificación, y sostuvieron que puede alegorizar la verdadera filosofía (Ver Estrabón, Geografía, I, i, 10; I, ii, 3.)
Epicureismo
Los epicúreos (Según Sexto Empírico, Contra los Profesores, VI, 27) tuvieron en poca estima la música y sus placeres; pero esto tiene en parte como base una mal entendida aversión de Epicuro a la crítica musical (Ver Plutarco, Sobre que no es posible vivir placenteramente según la doctrina de Epicuro, 13). Dos importantes obras de Filodemo de Gadara (siglo primero a.C.), parte de las cuales ha sido encontrada en Herculano, proporcionan más testimonios del pensamiento epicúreo en torno a las artes. En su obra Sobre la música (Veri mousikes), Filodemo suscribe el primer alegato conocido en favor de lo que más tarde se denominará «formalismo», sosteniendo (contra los pitagóricos, Platón y Aristóteles) que la música, por sí misma —al margen de las palabras, cuyos efectos se confunden a menudo con los de la propia música— , es incapaz de suscitar emociones o de producir transformaciones éticas del alma. Y en su obra Sobre los poemas (Peri poematon), dice que la bondad poética (to poietikon agathon) no viene determinada ni por la intención didáctico-moral (didaskalia), ni por el placer de la técnica y la forma (psychagogia), ni por la suma de ambas, sino por la unidad de la forma y el contenido, sobre cuya concepción nada sabemos.
Las principales líneas de reflexión en torno a la literatura durante el período romano, parecen haber sido la práctica y la pedagógica. Dos obras ejercieron particular influencia (aunque la segunda de ellas, sólo tras su redescubrimiento en el período moderno): la Ars poética o Epístola a los Pisones, de Horacio, que trata diversas cuestiones de estilo y forma, y la obra Sobre la elevación en poesía (Veri hypsous, o Sobre lo sublime.), probablemente escrita durante el siglo primero, tal vez por un griego llamado «Longino». Esta animada y brillante obra describe la condición del buen escritor en términos afectivos, diciendo por ejemplo de él que transporta el alma; reflexiona también sobre las condiciones estilísticas y formales de este efecto.
Plotino
La reflexión filosófica proseguida en las escuelas platónicas hasta el cierre de la Academia de Atenas por Justiniano I en el año 529, tuvo su culminación en el sistema neoplatónico de Plotino. Tres de sus cincuenta y cuatro tratados que componen las seis Ennéadas se refieren especialmente a problemas estéticos: «Sobre la belleza», «Sobre la belleza intelectual» y «Cómo llegó a la existencia la multiplicidad de las formas ideales: y sobre el Bien».
En esta perspectiva, detrás del mundo visible está «lo Uno» (to hen), o «lo Primero», que constituye la suprema realidad en su primera «hipóstasis» o misión, por encima de todo concepto y conocimiento. En su segunda hipóstasis, la realidad es el «Intelecto» o «Mente» (nous), pero también las formas platónicas conocidas por él. En su tercera hipóstasis es el «Alma Total» (psyche), o principio de creatividad y de vida. Dentro de su esquema –con infinitas gradaciones de seres que «emanan» de la «Luz» central— Plotino desarrolla una teoría de la belleza muy original, aunque inspirada en el Banquete y en otros diálogos platónicos. El tratado «Sobre la belleza» empieza advirtiendo que la belleza se encuentra en las cosas vistas y oídas, y también en el buen carácter y la buena conducta; la cuestión que se plantea es ésta: «¿Qué es lo que da gracia a todas esas cosas?»
La primera respuesta que analiza y rechaza es la de los estoicos. La belleza es o depende de la simetría. Plotino dice que las meras cualidades sensibles (colores y tonos), y también las cualidades morales, pueden tener belleza aunque no puedan ser simétricas; más aún, un objeto puede perder parte de su belleza (como cuando una persona muere) sin perder simetría alguna. Consiguientemente, la simetría no es condición necesaria ni suficiente de belleza. No hay belleza sin participación en la forma ideal, es decir, sin encarnación de las ideas platónicas; lo que marca la diferencia en una piedra antes y después de que el artista la esculpe, es que el escultor le da forma. Donde se hacen presentes las formas ideales, dice, la confusión se ha «transformado... en cooperación»: cuando un objeto es unificado, «la belleza sienta en él su trono». Una cosa homogénea, como un remiendo de color, está ya unificada por la semejanza de toda ella; una cosa heterogénea, como una casa o un barco, está unificada por la presencia de la forma, que es un pensamiento divino. En la experiencia de la belleza, el alma goza al reconocer en el objeto cierta «afinidad» consigo misma porque en esta afinidad se hace consciente de su propia participación en la forma ideal y en su divinidad. Aquí se halla la fuente histórica del misticismo y del romanticismo en la estética.
El amor, en el sistema de Plotino, es siempre el amor de la belleza, de una belleza suprema y absoluta, a través de sus peores y mejores manifestaciones en la naturaleza o en la obra del artista-artífice. En este punto de la reflexión plotiniana reaparece algo de la ambivalencia platónica respecto del arte, aunque con atenuantes y próxima a ser superada en el monismo básico del sistema. Nos remontamos de la contemplación de la belleza sensible al goce de las acciones bellas, a la belleza moral y a la belleza de las instituciones, para alcanzar finalmente la belleza absoluta 68. Plotino distingue tres caminos hacia la verdad: el del músico, el del amante y el del metafísico; y habla de la naturaleza como dotada de una hermosura susceptible de provocar en su extasiado admirador la idea de esas y otras bellezas más altas que se ven reflejadas en ella. Tampoco hay que despreciar las artes apelando a que son meras imitaciones, porque tanto el pintor como el objeto, que reproduce son, después de todo, sendas imitaciones de la forma ideal; más aún, el pintor puede ser capaz de imitar hasta tal punto la forma, que «supla las deficiencias de la naturaleza». Sin embargo, en su estilo más religioso, Plotino nos recuerda que la belleza terrena y visible puede distraernos de la belleza infinita; que la «auténtica belleza», o la «ultra-belleza», es invisible, y que quien ha conseguido ser bello, y por ende divino, ya no la contempla ni la necesita. Echando mano nuevamente de cierta comparación muy familiar, el místico filósofo da un puntapié a la escalera tras haber alcanzado su hogar.