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Louis Janmot: Análisis de su obra

Es fácil situar a Janmot como un observador privilegiado de su época, de sus aspiraciones idealistas y de sus inquietudes y tormentos. Aunque participó plenamente de ese clima cultural, su posición, a su pesar, fue algo apartada, acorde con la naturaleza anticonformista de su arte. En ella faltan la teatralidad y los efectos espectaculares que caracterizan tanto las obras del desafortunado Chéverand como las del triunfante Delacroix. Contrario a la moderna separación de las artes, su proyecto combina lo pictórico y lo poético sin que uno esté subordinado al otro. Su estilo se desarrolla peligrosamente en el filo de una fantasía contenida y doliente, con una disciplina técnica rigurosa pero irregular.

En su originalidad, que también implica cierto aislamiento, Janmot se vincula a una visión del arte cercana a Blake y Friedrich, y más pertinentemente a los nazarenos y prerrafaelitas. Partícipe de una crisis que lleva a la "pérdida del centro", es un cantor nostálgico de un mundo que, ya en su tiempo, se le desvanecía.



Janmot y Baudelaire

En un escrito inacabado sobre el arte de 1859, Baudelaire dedica unas diez páginas al arte filosófico. Antes de abordarlo, establece dialécticamente las características esenciales de la modernidad en el arte: «¿Qué es el arte puro según la concepción moderna? Es crear una magia sugestiva que contenga al mismo tiempo el objeto y el sujeto, el mundo exterior del artista y el artista mismo». Por otro lado, ¿qué es el arte filosófico según la concepción de Chenavard y la escuela alemana? Es un arte plástico que pretende competir con el libro para enseñar historia, moral y filosofía. Con esto, Baudelaire busca oponerse a una visión idealista del arte como encarnación de lo absoluto.

Hace referencia también a los nazarenos, pero en términos más generales a la pintura alemana. En Francia, identifica un área de influencia de esta pintura filosófica alemana en Lyon y su escuela de pintores, hacia los cuales reparte equitativamente su desprecio y su ironía. Su crítica se dirige especialmente al desafortunado Chenavard, quien ya entonces parecía destinado a convertirse en un modelo negativo particularmente incómodo (lo califica como un «signo monstruoso de los tiempos»).

El rechazo tajante de Baudelaire hacia el arte filosófico resulta interesante aquí por la extraña ambivalencia que muestra respecto a Janmot. Aunque reconoce su pertenencia al «clima lionese» y señala que, en sus intenciones declaradas, parece perseguir en menor escala las quimeras de Chenavard, su juicio no es del todo firme. Baudelaire emplea su habitual lenguaje cortante, pero frente a Janmot parece vacilar en sus cánones, los mismos que, con tanta contundencia, le permiten ensalzar sin reparos a Delacroix o al por lo demás desconocido Constantine Guy.

Para Baudelaire, tan desdeñoso hacia Lyon y sus pintores, Janmot ocupa, sin embargo, una especie de limbo. En su comentario sobre El Poema del Alma, lejos de ser halagador respecto a sus intenciones filosóficas, habla de una «gracia infinita y difícil de describir» y de una «notable significación de lo fantástico».

De "Salón de 1845":
De Janmot solo hemos podido encontrar una sola figura: una mujer sentada con flores sobre las rodillas. Esta figura sencilla, serena y melancólica, cuyo fino dibujo y color algo duro recuerdan a los antiguos maestros alemanes, es, sin duda, una hermosa pintura. Además de la belleza del modelo, muy bien elegido y perfectamente situado, hay en el color mismo y en la unidad de esos tonos verdes, rosados y rojos —un tanto ingratos a la vista— una cierta misticidad que armoniza bien con el resto. Existe una concordancia natural entre el color y el dibujo.

Janmot ha realizado una Sagrada Estación —un Cristo portando la cruz— donde la composición tiene carácter y seriedad, pero el color, que ya no es misterioso ni, más bien, místico como en sus últimos trabajos, recuerda desafortunadamente al de todas las Sagradas Estaciones imaginables. Al observar este cuadro áspero y brillante, se adivina demasiado que Janmot es liones. En efecto, esta es precisamente la pintura adecuada para esa ciudad de oficinas, una ciudad beata y meticulosa donde todo, incluso la religión, debe tener la exactitud caligráfica de un libro de contabilidad.


Tomado del artículo de Gabriella Rouf en la revista digital "Il Covile"


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