Recordado siempre como impresionista, Edgar Degas formó parte del grupo seminal de artistas parisinos que empezaron a exponer juntos en la década de 1870. Compartía muchas de sus novedosas técnicas, le intrigaba el reto de captar los efectos de la luz y se sentía atraído por las escenas de ocio urbano. Pero la formación académica de Degas y su predilección personal por el realismo le apartaron de sus compañeros, y rechazó la etiqueta de «impresionista», prefiriendo describirse a sí mismo como «independiente». Su riqueza heredada le permitió encontrar su propio camino y, más tarde, retirarse del mundo del arte parisino y vender cuadros a su discreción. Le intrigaba la figura humana, y en sus numerosas imágenes de mujeres -bailarinas, cantantes y lavanderas- se esforzó por captar el cuerpo en posturas inusuales. Aunque los críticos de los impresionistas centraron sus ataques en sus innovaciones formales, fueron los temas de clase baja de Degas los que le acarrearon mayor desaprobación.
El perdurable interés de Degas por la figura humana se debió a su formación académica, pero la abordó de forma innovadora. Captó posturas extrañas desde ángulos inusuales bajo luz artificial. Rechazó el ideal académico del sujeto mítico o histórico, y en su lugar buscó a sus figuras en situaciones modernas, como en el ballet.
La fuerte tendencia clásica en su arte, entró en conflicto con el enfoque de los impresionistas. Mientras que él valoraba la línea como medio para describir contornos y dotar al cuadro de una sólida estructura compositiva, ellos favorecían el color y se concentraban más en la textura de la superficie. Además, él prefería trabajar a partir de bocetos y de la memoria a la manera académica tradicional, mientras que ellos estaban más interesados en pintar al aire libre (en plein air).
Como muchos de los impresionistas, Degas recibió una gran influencia de los grabados japoneses Ukiyo-e, que sugerían nuevos enfoques de la composición. Los grabados tenían diseños lineales audaces y una sensación de plano muy diferente de la pintura occidental tradicional, con su visión del mundo en perspectiva.
Existe una dicotomía muy interesante y desconcertante en la forma en que Degas abordaba sus temas femeninos. Hay muchas pruebas de que era un misógino, y también muchas de que estaba enamorado de la forma femenina e intentó representarla en su estado más absoluto a través de cientos de minuciosos estudios. Sea cual fuere la realidad, sus estudios y su producción fomentaron la exploración de la figura y el retrato en todas las artes visuales.