Gustave Courbet desempeñó un papel fundamental en el surgimiento del realismo a mediados del siglo XIX. Rechazando los estilos clásicos y teatrales de la Academia Francesa, su arte insistía en la realidad física de los objetos que observaba, aunque esa realidad fuera simple y manchada. Durante mucho tiempo ha sido famoso por su respuesta a las convulsiones políticas que asolaron Francia durante su vida, y moriría en el exilio en Suiza cuando se le declaró responsable del coste de la reconstrucción de la Columna Vendome de París. Sin embargo, más recientemente, los historiadores también han considerado su obra como un importante preludio de otros artistas del primer modernismo, como Édouard Manet y Claude Monet.
El realismo de Courbet puede entenderse como parte de la amplia investigación sobre el mundo físico que ocupó a la ciencia en el siglo XIX. Pero en su propio ámbito artístico, lo que más le inspiró fue su aversión a las restricciones de la Academia Francesa. Rechazó los tratamientos clásicos o románticos y, en su lugar, tomó humildes escenas de la vida en el campo -temas normalmente considerados propios de la pintura de género menor- y los convirtió en material para la gran pintura de historia. Por ello alcanzó gran notoriedad.
Durante la Comuna de París de 1871, Courbet abandonó brevemente la pintura para desempeñar un papel en el gobierno. Esto fue característico de sus compromisos políticos. Su arte no era abiertamente político, pero en el contexto de la época no fue ignorado, ya que expresaba ideas de igualdad heroizando a individuos corrientes, pintándolos a gran escala y negándose a ocultar sus imperfecciones.
En el proceso de despojarse de la retórica de la pintura de la Academia, Courbet se decantó a menudo por composiciones que parecían collages y toscas para las sensibilidades imperantes. A veces también abandonó el modelado cuidadoso en favor de la aplicación espesa de pintura en motas y placas rotas. Estas innovaciones estilísticas le granjearon la admiración de los modernistas posteriores, que promovían composiciones liberadas y amplificaban la textura de la superficie.
Su naturalismo combativo es patente en sus desnudos femeninos, donde evita las texturas nacaradas e irreales tomadas de la escultura neoclásica. Plasma formas más carnales e incluso el vello corporal que habitualmente se omitía en los desnudos académicos. Ejemplo claro de ello es El origen del mundo.
Sus referencias son los maestros del pasado, como Velázquez, Zurbarán o Rembrandt. Su realismo se convierte en modelo de expresión de muchos pintores, contribuyendo a enriquecer la obra de Cézanne.