La obra de Edme Bouchardon se sitúa en un momento de transición entre los ideales tardobarrocos del reinado de Luis XIV y las tendencias clasicistas que se consolidaron en la segunda mitad del siglo XVIII. Su producción, tanto escultórica como gráfica, refleja esa posición intermedia, marcada por la disciplina académica y el retorno consciente a los modelos de la Antigüedad. Formado en la tradición de los Coustou y los Coysevox, asimiló de ellos la solidez estructural del clasicismo francés, pero sustituyó el dinamismo decorativo de sus maestros por un ideal de mesura y equilibrio que corresponde al gusto del reinado de Luis XV. Su arte se caracterizó por la pureza de las líneas, la proporción rigurosa y el control de la expresión, rasgos que hicieron de su estilo una referencia en la renovación escultórica de su tiempo.
El aprendizaje romano desempeñó un papel central en la definición de su lenguaje. Durante su estancia en la Académie de France à Rome, Bouchardon estudió con método los restos de la escultura antigua, copiando sistemáticamente torsos, cabezas y relieves. Las copias conservadas de esculturas como el Fauno Barberini o el Antínoo del Belvedere evidencian su atención a la estructura anatómica y al movimiento interno de las figuras. En lugar de limitarse a reproducir las formas, analizó la lógica constructiva del cuerpo, la tensión de los músculos y la relación entre el gesto y la estabilidad. Este estudio directo de los modelos clásicos le permitió depurar la línea y simplificar las superficies, eliminando la exuberancia de los pliegues o de los adornos. De ese modo, alcanzó una claridad formal que lo distinguió de la generación anterior. Su experiencia italiana también lo acercó a la tradición renacentista, especialmente a Miguel Ángel y a los escultores toscanos del Cinquecento, de quienes adoptó la noción de unidad orgánica entre estructura y movimiento
A su regreso a Francia, ese aprendizaje se tradujo en una manera más sobria y analítica de concebir la escultura. Los retratos en busto realizados en los años treinta muestran la transición entre la elegancia barroca y la serenidad clásica. En ellos el modelado es terso, el cabello se dispone en masas ordenadas y el rostro conserva una expresión de compostura, casi impersonal. La observación psicológica se subordina a la armonía de las proporciones. Bouchardon buscó una belleza idealizada, basada en la exactitud del dibujo y en la pureza de la forma, más que en la búsqueda del efecto o del realismo anecdótico. Esa orientación se mantuvo constante en toda su carrera y determinó el carácter de sus obras mayores.
"La Fontaine des Quatre Saisons", concebida entre 1739 y 1745, resume su concepción de la escultura monumental. Aunque el proyecto respondía a una función urbana, Bouchardon trató las figuras como cuerpos autónomos, dotados de un equilibrio interno que remite a la escultura antigua. Los relieves, las alegorías y los elementos decorativos se integran con una medida que evita la dispersión barroca. Las figuras femeninas que representan las estaciones poseen un modelado uniforme y un ritmo sereno, con gestos amplios pero contenidos. En la relación entre figura y arquitectura se aprecia su conocimiento del arte romano y su atención a la coherencia de conjunto. Su intervención no se limita a la parte escultórica: controló la disposición arquitectónica, los flujos de agua y la correspondencia de los relieves con el entorno urbano. Esa visión de conjunto responde a la formación integral que la Academia promovía en los artistas destinados al servicio real.
Su preocupación por la claridad estructural se advierte también en la obra L’Amour se faisant un arc de la massue d’Hercule, realizada entre 1747 y 1750. Aunque la pieza fue luego objeto de múltiples interpretaciones, en su concepción inicial no hay intención alegórica compleja sino una demostración de dominio técnico. Bouchardon trató la figura infantil con una naturalidad que procede de la observación directa, pero la dispuso en una pose calculada, con el peso distribuido en equilibrio perfecto. La superficie del mármol es lisa, sin marcas de herramienta visibles, y el pulido acentúa la unidad de la forma. Los detalles se reducen a lo esencial, y el conjunto se define por la continuidad del contorno y por la transición imperceptible entre los planos. Este tipo de tratamiento, basado en la economía de medios, anticipa los procedimientos del neoclasicismo, aunque en su momento aún se percibía como una prolongación depurada del estilo cortesano.
La ejecución de retratos en busto ocupó una parte importante de su actividad. Bouchardon alcanzó una síntesis entre fidelidad al modelo y idealización formal que lo acercó a la tradición del retrato romano. El rostro se organiza mediante grandes planos de luz, el cabello se resuelve en masas regulares, y la mirada evita el énfasis. La estructura de los hombros y del pecho obedece a un esquema geométrico claro, que confiere a las figuras una presencia estable y digna. El mármol, tratado con delicadeza, refuerza esa impresión de serenidad. Los retratos de Luis XV y de María Leszczynska muestran cómo combinaba la observación del natural con la corrección académica de las proporciones. En ellos no hay intención de captar un instante emocional, sino de ofrecer una imagen perdurable del poder y la virtud.
En su producción de relieves y composiciones decorativas se advierte la misma disciplina. Los relieves destinados a la Fontaine des Quatre Saisons y los bocetos para monumentos públicos se caracterizan por una disposición equilibrada de las masas y un uso contenido del movimiento. El artista evita los contrastes violentos y busca una lectura clara de la acción. Cada figura ocupa un espacio determinado, y la relación entre ellas se basa en la continuidad de líneas diagonales suaves. Esa organización demuestra su dominio del dibujo y su capacidad para concebir el conjunto antes de ejecutarlo en la materia. Los relieves de su etapa romana, más dinámicos, muestran la evolución hacia una mayor economía expresiva.
Los numerosos dibujos conservados ofrecen una visión amplia de su método de trabajo. Bouchardon dibujaba con grafito, lápiz rojo o sanguina, en hojas sueltas o en cuadernos, que utilizaba tanto para estudios anatómicos como para proyectos de medallas, relieves o estatuas. Sus estudios de cabezas, manos y torsos se distinguen por la precisión del trazo y por la observación minuciosa de la luz sobre la forma. A diferencia de otros dibujantes de su época, no buscaba el efecto pictórico, sino la claridad de las líneas constructivas. Cada dibujo corresponde a una etapa de razonamiento: primero la estructura general, luego los detalles anatómicos, finalmente el ajuste de proporciones. Esta secuencia refleja la educación académica que consideraba el dibujo como fundamento de todas las artes. Los cuadernos realizados en Roma, conservados en parte en la Morgan Library y en el Louvre, revelan su método de copia directa de estatuas antiguas, con anotaciones sobre medidas y proporciones.
Su dedicación al diseño de medallas y jetones para el rey constituye otro aspecto de su producción. Durante casi veinticinco años elaboró los modelos para los jetons du roi y otras medallas conmemorativas, que requerían gran exactitud en la composición y en el relieve. En esos pequeños formatos aplicó los mismos principios de orden y claridad que en la escultura monumental. Las figuras se inscriben en composiciones simétricas, los atributos se reducen a lo indispensable y las inscripciones se disponen con equilibrio. Su trabajo en este campo contribuyó a establecer un modelo de elegancia discreta en la numismática oficial francesa del siglo XVIII.
El proyecto de la estatua ecuestre de Luis XV, comenzado en 1748, puso a prueba su dominio técnico y su concepción del monumento público. Para el modelo preparatorio estudió los ejemplos antiguos y los monumentos ecuestres italianos que había visto en Roma. Su interés principal se centró en la relación entre el caballo y el jinete, buscando una integración natural de las dos masas. El caballo aparece en paso contenido, con las patas distribuidas en ritmo regular, y el monarca mantiene una actitud serena, sin gestos triunfales. En el conjunto predomina la estabilidad y la claridad del perfil, resultado de un cálculo geométrico riguroso. El bronce final, fundido en 1758, respetó esos principios de equilibrio. Aunque el monumento fue destruido, los dibujos y modelos conservados permiten apreciar su intención de unir la grandiosidad del tema con la sobriedad formal.
La coherencia entre las distintas ramas de su producción es uno de los rasgos más notables de su obra. Tanto en mármol como en yeso o dibujo, Bouchardon se mantuvo fiel a una misma idea de belleza basada en la proporción y en la contención. No hay en sus esculturas elementos superfluos ni gestos de dramatismo; todo está subordinado al orden. Esa unidad estilística procede de su formación académica, pero también de una convicción personal acerca de la perfección de las formas clásicas. A diferencia de muchos escultores de su tiempo, que alternaban la ornamentación rococó con el retrato naturalista, Bouchardon mantuvo una línea constante de rigor, cercana a la estética que más tarde se asociaría con el neoclasicismo.
Su técnica revela un conocimiento profundo del material. En el mármol, su talla es directa, sin retoques posteriores visibles, y el pulido final se emplea para acentuar la continuidad de la superficie. En los modelos de yeso se percibe su dominio del volumen y su capacidad de prever el efecto final en piedra o bronce. Las herramientas dejan apenas rastros, lo que demuestra una ejecución segura y calculada. En los dibujos, la línea es firme, con variaciones mínimas de presión que definen la luz sin necesidad de sombreado. El conjunto de sus estudios constituye un testimonio de su método racional y de su disciplina.
A nivel formal, su obra marca una etapa decisiva en la evolución de la escultura francesa del siglo XVIII. No introduce rupturas, sino una depuración de los principios heredados. Su fidelidad a la naturaleza del cuerpo humano, su equilibrio compositivo y su preferencia por las proporciones ideales anticipan la orientación clásica que dominaría después de su muerte. Aunque su estilo no alcanzó la difusión popular de otros escultores contemporáneos, la solidez de su lenguaje y la exactitud de su oficio lo situaron como referencia obligada para los jóvenes artistas formados en la Academia.
El conjunto de su producción, desde los bustos de retrato hasta las grandes empresas monumentales, mantiene una coherencia poco común. Su arte no se deja reducir a fórmulas decorativas, sino que responde a una noción intelectual del oficio, en la que cada elemento —línea, proporción, materia— posee una función precisa. Bouchardon unió la herencia del barroco francés con la serenidad de los modelos antiguos, creando una síntesis que expresó con claridad el ideal de belleza de su tiempo.