Claude Lorrain (también lo vamos a encontrar como Claude Gellée o Claudio de Lorena) es el pintor a quien los más grandes paisajistas románticos consideran una gran influencia.
Lorrain no sólo pone como principal objeto de la obra al paisaje (observemos cómo la escena histórica, mitológica o bíblica se ve “pequeña” en comparación con el entorno), sino que es quien “idealiza” ese paisaje, le agrega mucha intensidad “poética”, exagera su belleza. Y es ese paisaje, entonces, el que impone una mirada gloriosa sobre aquel pasado que describe la escena.
Mientras que los pintores holandeses expresaban la belleza de su tierra partiendo de principios realistas, él creó un lenguaje renovador a partir de los conceptos ideales del clasicismo francés —con origen en la escuela boloñesa— y de las innovaciones paisajísticas de los pintores nórdicos, con un gran sentido lírico de la naturaleza. Sin embargo, los paisajes de Lorrain están profundamente alejados de los holandeses: los ámbitos nórdicos, por las peculiaridades de su climatología —cielos nubosos y luces difusas y variables—, son diferentes del mundo mediterráneo, más uniforme en sus variaciones, más sereno y plácido. La evolución artística de Lorrain fue uniforme, con unas claras influencias pero con una fuerte impronta personal, que caracterizó su estilo como uno de los más originales de la pintura de paisaje.